lunes, 25 de mayo de 2015

Debemos dejar de asociar vejez con enfermedad

Clarín

  • 24 May 2015
  • Norberto Rodriguez Secretario General de la Asociación Cristiana de Jóvenes/YMCA

Es cardinal promover el diálogo intergeneracional, eslabón que posibilita el tránsito creativo”.

Una sociedad sin memoria opaca su destino. A una sociedad rencorosa el infortunio la acecha. En la Argentina nos estamos acostumbrando a tropezar recurrentemente con los fracasos. Habituarnos a las derrotas éticas sólo puede proyectar un horizonte neblinoso.

El valor y la dignidad de las investiduras son groseramente bastardeadas. Lo propio sucede con las instituciones. Es un desafortunado aluvión histórico que arrastra todo a su paso. Si la política es la herramienta más idónea para que fructifique la epopeya de lograr el bien común, los resultados que devuelve la realidad exponen un fracaso con sonido de estrépito. Ni hablar de la calidad de los temas que llenan de vacío los debates. La soberbia de creer que lo nuevo nada le debe a lo anterior, a lo viejo, es un rasgo de idolatría y profundo egoísmo. Quienes así piensan no perciben que el paso de lo nuevo a lo viejo es cuestión de poco tiempo, de lapsos efímeros. Convendría re- flotar más frecuentemente el principio de alteridad. “Nosotros vivimos en un tiempo en el que los ancianos no cuentan. Es feo decirlo, pero se descartan, ¡eh! Porque dan fastidio. Los ancianos son los que nos traen la historia, nos traen la doctrina, nos traen la fe y nos la dan en herencia. Son los que, como el buen vino, tienen esta fuerza dentro para darnos una herencia noble”, aconseja sabiamente el Papa Francisco.

En el judaísmo los ancianos son los protagonistas de las Sagradas Escrituras. Moisés inició su liderazgo a los ochenta años de edad. El consejo y la formulación ética de los ancianos constituían pilares en la conformación familiar y comunitaria judaica. Leamos a Job: “La sabiduría está en los ancianos y el entendimiento es fruto de su avanzada edad”. “Tu Señor ha ordenado que adoréis sino a Él y que seáis benévolos con vuestros padres. Si uno de ellos o ambos llegan a la vejez, no seáis insolentes con ellos y ni siquiera les digáis: ¡Uf! Y háblales con dulzura y respeto. Trátales con humildad y clemencia...... Ten misericordia de ellos como ellos la tuvieron conmigo cuando me educaron siendo pequeños”, nos dice con elocuencia el Corán. Comparte el Rabino Abraham Skorka una anécdota ilustrativa. Se trata de un joven que altanero se dirige a una persona mayor: “¿Qué sabes vos de la computadora y de todos los nuevos elementos electrónicos que se están generando a una velocidad tremenda?”. Luego de escucharlo pacientemente, el adulto le responde: “Sabes qué es lo que pasa, mi generación fue la que creó todo eso”. La sobreabundancia de tecnología y de mecanismos de comunicación automatizados hace que vayamos perdiendo, generalmente sin tomar conciencia del hecho, la sana costumbre del contacto personal.

Las relaciones humanas van cediendo en intensidad y el individualismo extremo, síntoma que caracteriza esta época de “sobremodernidad” -como advierten algunos filósofos-, va ganando un espacio que luego resultará difícil

disputarle. Es cardinal promover el diálogo intergeneracional, eslabón que posibilita el tránsito creativo de las sucesivas etapas de la vida. Tiene una enorme riqueza y es fuente de inspiración para que la humanidad se reconozca a sí misma.

Abruman nuestras conciencias tragedias que tienen a ancianos como víctimas. Recientemente fuimos sacudidos por el luto ante la muerte de abuelos internados en un geriátrico incendiado en Belgrano. A la vez, los mayores son los escogidos por los maleantes. En sus cacerías los golpean, martirizan, roban y, en no pocas ocasiones, asesinan. Es una prueba más de la ausencia oficial allí donde la vida requeriría ser preservada a través de la racionalidad de los controles y el combate serio y sistemático al delito. Concluyendo, la vejez no es una enfermedad, probado científicamente, y las funciones cognitivas no se vinculan mecánicamente con los años. Es alentador que el Estado se preocupe por los adultos mayores. Por ejemplo, ocupándose de que perciban un haber jubilatorio que no deprede derechos y haga más placentera la vida de los “viejos”. Lo que el Estado debiera evitar es caer en la desmesura de los tribunales sanitarios.

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