Clarín
- 24 May 2015
- Aldo Neri Ex ministro de Salud
Hay una mitología social sobre los viejos y la seguridad social. Uno de sus íconos es el ‘merecido descanso”
Le prevengo, porque usted está a tiempo de no seguir leyendo: este es un artículo antipático, porque disiente con mucho de lo que se escucha sobre el jubilado. Pero no sería honesto si lo escribiera distinto.
Hay una mitología social sobre los viejos y la seguridad social que la política refleja. Uno de sus íconos conceptuales es el “merecido descanso” que otorga la jubilación; otro, los derechos por haber pertenecido al sistema “contributivo”; y otro, la justicia del 82% móvil. Comentemos estos tres.
Para muchos “adultos mayores” - eufemismo de los viejos- la jubilación no sólo es una merma importante en sus ingresos, sino también una catástrofe psicológica y en su inserción familiar y social, hayan deseado el retiro o le sea impuesto por la realidad. La mayor parte de las personas de 65 años hoy están con vitalidad harto suficiente para seguir una vida ac-
tiva, que algunos encuentran facilitada por las oportunidades que brinda su medio. Pero muchos no tienen esa posibilidad. La imagen clásica de jubilados o pensionadas “descansando de la vida de trabajo”, jugando a las cartas o charlando mientras en la tarde circula el mate (o el té, según la clase social) viene de tiempo atrás.
Frustración para quienes en promedio van a vivir cerca de quince años más. Y esto en algunos engendra variable deterioro que los hace durar en la vida pero insatisfechos, y ser más vulnerables y necesitados de cuidados especiales.
La respuesta a esto no es fácil ni puntual; como siempre los objetivos en política social, requieren instrumentos convergentes. Algún retoque en nuestra legislación laboral será probablemente necesario, por ejemplo, para facilitar cosas como que un ya jubilado o jubilada siga trabajando, pero menos horas, con disminución proporcional de su salario y sin pérdida de sus derechos de la seguridad social. Dirán algunos que este camino obstaculiza la incorporación al trabajo de la generación joven; y para responder a esto con un ejemplo histórico mucho más masivo: ¿alguien puede afirmar y probar que la irrupción de la mujer en ese mercado durante las últimas décadas significó un crecimiento del desempleo masculino?
Y en cuanto al segundo y tercer íconos que comentamos, debemos como sociedad hacernos cargo de que el sistema jubilatorio argentino fue administrado con frecuente capricho e improvisación desde su nacimiento; no es realista, por ende, insistir sólo en la herencia de los derechos y no de los errores históricos, muchos de los cuales fueron ingenua y largamente aplaudidos en su momento.
Por otra parte, si fuera que radican los derechos en la índole contributiva del sistema vigente, la realidad es que desde hace años hay una participación muy importante de los impuestos
generales en la financiación del sistema, impuestos que paga toda la población y no sólo los insertados en la economía en blanco. Y esto sólo puede corregirse por la transformación de la seguridad social en un sistema universal inspirado en el concepto de ciudadanía, con predominio de la financiación de rentas generales del Estado, y que otorgue beneficios básicos a todos, en el caso jubilatorio con independencia de la historia laboral, reconociendo y premiando en un segundo escalón las historias personales de vida.
No será el beneficio recibido el 82% del salario de la vida activa, estandarte mítico de imposible cumplimiento sin introducir en el sistema fiscal inequidades aún mayores que las existentes, pero sí será justo fijar el piso de proporcionalidad de la jubilación básica con el salario básico que fije la ley.
Advertí que era un artículo antipático. Y para cerrarlo con una posible coincidencia en relación a la vejez: que una cosa es adaptarse a las limitaciones que la naturaleza va imponiendo, y otra muy distinta retirarse. Completamente, no hay que jubilarse nunca.
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