Lejos del limbo
La página del sábado.
La vi el día mismo que llegó a la residencia: Zully, esos nombres que alguna vez tenían las estrellas, 105 años, silla de ruedas y sondas, parecía un caballito de mar. Llevaba la silla su hija, malhumorada, 87 años. Cuando admiré la longevidad de las dos, dijo que a sus años ya no podía seguir cuidándola en casa. Los papeles de ingreso los hizo Alicia, la nieta de Zully, 60 años.
No siempre sacaban a Zully al comedor, lo que para ella era un paseo chino porque llevaba años sin comer nada por boca. Pero los domingos de lotería pasaba la tarde en la gran sala soleada y el primer año incluso se le asignó el desafío que dar vuelta la manivela del bolillero; leía el número que picaba en el plato su biznieta, Andrea, de 37 años. Nunca vi a las cuatro generaciones juntas pero sí a dos o tres y era bastante espectacular comprobar el degradé de las facciones, un poco grotescas pero todavía reconocibles en Zully, que parecía una especie de big bang de la familia, y progresivamente suavizadas en la escalera de edades.
En esas tardes de lotería, no exentas de un vivaz humor negro que a ratos los familiares alternamos con la ternura hacia los viejos ajenos, Andrea, la biznieta, me contó que ella contribuía una parte mensual de la cuota. Se quejaba porque además del costo, los geriátricos apenas descargan unos pesos de los impuestos a las ganancias: dado que pagan IVA como cualquier otro servicio, el precio termina siendo tan sideral que se suele acordar el pago en negro, para evitar un recargo de unos 5000 pesos. Se procede a una cifra medio truchimán, digamos 10 mil, un tercio o un cuarto de lo que en verdad cuestan, y así sale la factura. Nunca transferencia bancaria, ni hablar. Es todo en billete de cien, hay que contar unos 300 ó 400 físicos del 1 al 5. Todo se resuelve en un sistema de socorros mutuos previo a la era tecnológica.
Andrea me contó que su madre, nieta de Zully, quería jubilarse de una vez pero retrasaba el momento porque sabía que al día siguiente de terminar los trámites, tendría que encarar el juicio. Antes lo había hecho su abuela, o sea, la hija del caballito de mar… Con Zully lo habían intentado en su pubertad jubilatoria, digamos a sus 70 años; no habían tenido éxito, desistieron por simple cálculo y proyección de la demora y los beneficios. ¡Lástima! Las tres estaban desalentadas; la centenaria no cuenta porque lo suyo ya no podía llamarse un “estado de ánimo”. Zully toda era un ánima.
Todo cambió para esta familia en estos dos años. Pero los expedientes de los juicios a la Anses que ya tuvieron un fallo favorable a los ancianos y fueron apelados por el Estado apenas se movieron dos cuadras. La escena es impresionante. No es kafkiana: es “lo kafkiano”.
En 2010 el Consejo de la Magistratura se vio obligado a alquilar un edificio en Lavalle 1441 para trasladar dependencias de la Cámara; en los hechos sólo sirvió como depósito de alrededor de 100 mil expedientes con sentencias apeladas por la Anses, que se acumulaban en Lavalle 1248. Existía allí peligro de derrumbe
por el peso de las carpetas, según alertaba un informe del INTI. Estas causas quedaron en una especie de limbo jurídico (el juez Luis Herrero lo llama “el Osario”). El Poder Judicial lleva pagados desde ese año más de 15 millones de pesos en alquileres por un edificio que todavía no cuenta con final de obra. Herrero preside la sala 2 de la Cámara Federal de Seguridad Social y asegura que ésta se halla en la misma situación de parálisis desde 2013; nada hace suponer que se revertirá a corto plazo.
Actualmente reposan en este Osario unas 80 mil causas; lejos de disminuir se incrementan en forma constante. Lo que esperan estas causas “congeladas” es ingresar a las Salas de la Cámara para que estas se expidan sobre las Apelaciones de ANSES. Según Herrero, esos expedientes configuran lo que técnicamente se llama “privación de Justicia”, en perjuicio de 80 mil jubilados; se trata de la falta más grave en la que puede incurrir la administración de justicia. “Es todo un sistema perverso, dice el Juez. No solo es responsable la Anses, sino también el Poder Judicial, complacientes con los malos funcionarios en materia de amparos y medidas cautelares, pero también la Corte Suprema: la Anses apela en forma sistemática todas las sentencias de primera instancia, que les han sido favorables a los ancianos y que han aplicado fallos o criterios ya establecidos por la Corte Suprema. Esta litigiosidad masiva también es consecuencia de que el Alto Tribunal le asignó efecto individual y no colectivo a algunas sentencias que replican -con parámetros y argumentos idénticos- cientos de miles de jubilados. Esto hizo colapsar la Cámara, la cual se encuentra actualmente –según la propia Corte Suprema- en una suerte de “atolladero institucional”. Podemos considerar los expedientes como otro regalo de Pandora tras una década.
Herrero cuenta que con suerte, a las apelaciones recién ingresadas les llevará cuatro años: dos en el “Osario” y dos más cuando hayan podido ingresar a sus Salas de origen, que hoy se encuentran atestadas de expedientes, en los pasillos, en los baños, en las cocinas. Agrega que el nuevo ministro de Justicia los visitó recientemente, pero la reunión tuvo carácter protocolar.
Un domingo de diciembre fui a saludar a Zully en su cuarto. Estaba sentada en la cama ortopédica. Cuando le toqué el brazo, toda su piel era transparente y se escamaba al menor roce, me pareció que la mano hacía el gesto de girar la manivela. Al otro día se engripó, es una manera de decir, todo fue muy rápido y cambiaba el año. A los 107 años, cualquier motivo es bueno para irse al cielo. No creo que en la lotería la haya tocado el limbo de los expedientes.
No siempre sacaban a Zully al comedor, lo que para ella era un paseo chino porque llevaba años sin comer nada por boca. Pero los domingos de lotería pasaba la tarde en la gran sala soleada y el primer año incluso se le asignó el desafío que dar vuelta la manivela del bolillero; leía el número que picaba en el plato su biznieta, Andrea, de 37 años. Nunca vi a las cuatro generaciones juntas pero sí a dos o tres y era bastante espectacular comprobar el degradé de las facciones, un poco grotescas pero todavía reconocibles en Zully, que parecía una especie de big bang de la familia, y progresivamente suavizadas en la escalera de edades.
En esas tardes de lotería, no exentas de un vivaz humor negro que a ratos los familiares alternamos con la ternura hacia los viejos ajenos, Andrea, la biznieta, me contó que ella contribuía una parte mensual de la cuota. Se quejaba porque además del costo, los geriátricos apenas descargan unos pesos de los impuestos a las ganancias: dado que pagan IVA como cualquier otro servicio, el precio termina siendo tan sideral que se suele acordar el pago en negro, para evitar un recargo de unos 5000 pesos. Se procede a una cifra medio truchimán, digamos 10 mil, un tercio o un cuarto de lo que en verdad cuestan, y así sale la factura. Nunca transferencia bancaria, ni hablar. Es todo en billete de cien, hay que contar unos 300 ó 400 físicos del 1 al 5. Todo se resuelve en un sistema de socorros mutuos previo a la era tecnológica.
Andrea me contó que su madre, nieta de Zully, quería jubilarse de una vez pero retrasaba el momento porque sabía que al día siguiente de terminar los trámites, tendría que encarar el juicio. Antes lo había hecho su abuela, o sea, la hija del caballito de mar… Con Zully lo habían intentado en su pubertad jubilatoria, digamos a sus 70 años; no habían tenido éxito, desistieron por simple cálculo y proyección de la demora y los beneficios. ¡Lástima! Las tres estaban desalentadas; la centenaria no cuenta porque lo suyo ya no podía llamarse un “estado de ánimo”. Zully toda era un ánima.
Todo cambió para esta familia en estos dos años. Pero los expedientes de los juicios a la Anses que ya tuvieron un fallo favorable a los ancianos y fueron apelados por el Estado apenas se movieron dos cuadras. La escena es impresionante. No es kafkiana: es “lo kafkiano”.
En 2010 el Consejo de la Magistratura se vio obligado a alquilar un edificio en Lavalle 1441 para trasladar dependencias de la Cámara; en los hechos sólo sirvió como depósito de alrededor de 100 mil expedientes con sentencias apeladas por la Anses, que se acumulaban en Lavalle 1248. Existía allí peligro de derrumbe
por el peso de las carpetas, según alertaba un informe del INTI. Estas causas quedaron en una especie de limbo jurídico (el juez Luis Herrero lo llama “el Osario”). El Poder Judicial lleva pagados desde ese año más de 15 millones de pesos en alquileres por un edificio que todavía no cuenta con final de obra. Herrero preside la sala 2 de la Cámara Federal de Seguridad Social y asegura que ésta se halla en la misma situación de parálisis desde 2013; nada hace suponer que se revertirá a corto plazo.
Actualmente reposan en este Osario unas 80 mil causas; lejos de disminuir se incrementan en forma constante. Lo que esperan estas causas “congeladas” es ingresar a las Salas de la Cámara para que estas se expidan sobre las Apelaciones de ANSES. Según Herrero, esos expedientes configuran lo que técnicamente se llama “privación de Justicia”, en perjuicio de 80 mil jubilados; se trata de la falta más grave en la que puede incurrir la administración de justicia. “Es todo un sistema perverso, dice el Juez. No solo es responsable la Anses, sino también el Poder Judicial, complacientes con los malos funcionarios en materia de amparos y medidas cautelares, pero también la Corte Suprema: la Anses apela en forma sistemática todas las sentencias de primera instancia, que les han sido favorables a los ancianos y que han aplicado fallos o criterios ya establecidos por la Corte Suprema. Esta litigiosidad masiva también es consecuencia de que el Alto Tribunal le asignó efecto individual y no colectivo a algunas sentencias que replican -con parámetros y argumentos idénticos- cientos de miles de jubilados. Esto hizo colapsar la Cámara, la cual se encuentra actualmente –según la propia Corte Suprema- en una suerte de “atolladero institucional”. Podemos considerar los expedientes como otro regalo de Pandora tras una década.
Herrero cuenta que con suerte, a las apelaciones recién ingresadas les llevará cuatro años: dos en el “Osario” y dos más cuando hayan podido ingresar a sus Salas de origen, que hoy se encuentran atestadas de expedientes, en los pasillos, en los baños, en las cocinas. Agrega que el nuevo ministro de Justicia los visitó recientemente, pero la reunión tuvo carácter protocolar.
Un domingo de diciembre fui a saludar a Zully en su cuarto. Estaba sentada en la cama ortopédica. Cuando le toqué el brazo, toda su piel era transparente y se escamaba al menor roce, me pareció que la mano hacía el gesto de girar la manivela. Al otro día se engripó, es una manera de decir, todo fue muy rápido y cambiaba el año. A los 107 años, cualquier motivo es bueno para irse al cielo. No creo que en la lotería la haya tocado el limbo de los expedientes.
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